domingo, 28 de marzo de 2010

La experiencia individual del terremoto

La madrugada del 27 de febrero quedó grabada a fuego en la conciencia colectiva de los chilenos que vivimos en el centro-sur de nuestro país. Y si bien el terremoto fue una experiencia para todos, cada uno internalizó el terror, según que le tocó vivir, el lugar donde estaba, los riesgos que corrió y los peligros a los que se expuso. Pese a todo, debimos seguir adelante, enfrentándonos de rato en rato, a réplicas que ponen, aún, los pelos de punta...

Recién ahora, a un mes de tan brutal experiencia, empiezan a notarse los efectos en cada uno de nosotros, a medida que vamos botando el terror. Tensiones, traumas, stress, llantos y otra variedad de emociones que van apareciendo, a medida que nuestro organismo, y nosotros mismos, vamos volviendo a la normalidad y reequilibrándonos.

Acostumbrados a los movimientos sísmicos, pareciera que no les damos mucha importancia. Además, como la vida no espera, el lunes partimos a trabajar, casi con indiferencia. Pero, no nos engañemos. El grado 8 Richter en la zona central, no era juego. Fue un tremendo terremoto, inmenso, gigantesco. Y, por lo mismo, dar gracias por haber salido bien parado, pensando, paralelamente, todo lo que nos pudo haber sucedido, no es una experiencia para mirarla con indiferencia.

Con el correr del tiempo, esta fecha se incluirá a la de marzo de 1985, a 1971, 65 y varias más, incluida la del 60, formando parte de nuestras conversaciones. Pero el terror de esa madrugada, fue una tremenda experiencia colectiva que sufrimos individualmente...

viernes, 5 de marzo de 2010

Desfile

Las cajas y pitos de los marinos rompían el silencio matutino de cada 19 de septiembre, desfilando por la Alameda hacia el Parque Cousiño. Ensordecía con las trompetas y seguía el compás de la banda instrumental. No perdía pisada al abanderado, a los oficiales y a la gente de mar. Quedaba maravillado con el andar rítmico de su paso gallardo. Los veía tan seguros de si mismos ocupando toda la calle, que, por largo trecho, no me resistía a desfilar tras la última fila de fusileros, como uno más. Sólo que, en vez de fusil, llevaba la mano de mi papá…

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