Si un trabajador, durante toda su vida laboral, tiene un
sueldo equivalente al promedio que se cotiza mensualmente en las AFP, al llegar
el momento de jubilar, su pensión no la garantizará un mejor nivel de vida, ni
siquiera mantener el que, hasta ese momento, sostiene.
Por el contrario, la pensión no estará sujeta a la cantidad
que imponía, tampoco a lo que ganaba en un mes, sino al monto ahorrado. El
sueldo, en este caso, no sirve ni como referencia.
Junto con esto, considerando el aumento de las expectativas de
vida y si el trabajador goza de buena salud, llegará un momento en que los
ahorros se terminarán y la AFP se lavará las manos. Simplemente, se acabó el
negocio y el Estado deberá financiar la pensión mínima del trabajador, por lo
que le quede de vida.
Si falleciera antes de agotar sus fondos, estos pasan a formar
parte de la herencia, salvo que haya suscrito un convenio con una compañía de
seguros. Las compañías de seguros ofrecen, a partir del fondo individual
acumulado, una pensión mensual vitalicia. Pero si el trabajador fallece antes de
agotar estos fondos, el saldo queda para la compañía de seguros, no pasan a sus
herederos.
De un tiempo atrás, las compañías de seguros proponen asegurar
en años, a los eventuales herederos. O sea, quien se pensiona, puede pedir que
por 15 o 20 años, queden como herencia, los fondos que no alcanzó a retirar, si
fallece. Evidente que las compañías castigan la pensión mensual, cuando
aparecen estas variables.
Parecen demasiadas decisiones, al momento
de querer jubilar por edad. Lo peor, que lo decidido hoy, puede
repercutir en 20 o 25 años más, cuando ya no queden muchas más opciones, por no
decir ninguna.
Y todo esto, se debe asumir solo frente a la propia
conciencia, frente a un sistema cruelmente individualista que no conoce de
solidaridad.