Quienes, por razones profesionales, nos enfrentamos
cotidianamente con los fiscalizadores de Impuestos Internos, tenemos muy claro
que la actitud de estos funcionarios, es poner en duda la veracidad de las boletas
de honorarios, Sobre todo si son de montos muy altos, al criterio de ellos, por
supuesto.
Queda, entonces, como obligación para el contribuyente, demostrarles,
mediante documentación fidedigna y soportante, que el trabajo que la boleta dice,
efectivamente se hizo. Una vez logrado esto, el problema se termina. Los
fiscalizadores, que también son profesionales de esta área, aceptan las razones
cuando son adecuadas.
Por eso me llama la atención el problema suscitado con
las empresas del Grupo Penta, en relación a boletas de honorarios.
En este caso, el problema tiene dos aristas. Una, son las
boletas emitidas por cónyuges de los 2 controladores y la otra arista, son las
boletas recibidas para justificar aportes a campañas políticas.
Y el monto de todas estas boletas justifica el escándalo
que se ha armado en los medios de comunicación y haya manchado todos los
sectores que manchó.
Es dable suponer que empresarios al nivel de los
controladores del Grupo Penta, tienen acceso a asesores tributarios de un nivel
equivalente al tamaño de las empresas que controlan. O sea, de primer nivel.
Resulta curioso, entonces, que hayan llegado a este nivel
de problema. ¿Nadie les advirtió, previamente, el riesgo que corrían con esta
práctica.
Se me ocurren dos posibilidades:
Una de ellas, es que están rodeados de profesionales que,
en vez de decir al cliente, lo que corresponde, le dicen lo que, suponen,
quiere escuchar. Entonces, nada de lo actuado por los controladores es malo,
está equivocado o alguien pondrá reparos…
La otra posibilidad, es que los profesionales hubieran
advertido los riesgos, pero no fueron escuchado. Total, estas cosas son para el
resto de los contribuyentes. Nosotros estamos sobre estas cosas. Soberbia pura...
No tengo como determinar cuál, de estas dos posibilidades,
es la correcta. A lo mejor, están los dos igual de alejadas de la realidad y
existe una tercera alternativa.
Pero, en definitiva, los únicos que lo saben, son los dos
controladores. Entonces, aquí cae de perillas, ese antiguo adagio que afirma:
cada sabe dónde le aprieta el zapato…
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