Monseñor Medina envió a un matutino, una carta en donde fija
su posición respecto al proyecto de ley que despenaliza, en tres causales, el
aborto.
Es tal su rechazo, que indica que los cristianos no deberían
votar por aquellos candidatos que apoyaron este proyecto. No contento con esto,
añade que los católicos que también apoyan esta despenalización, “no están en
condiciones de recibir los sacramentos…”. Incluso, concluye en que “ni se les
conceda, un funeral público, según los ritos de la Iglesia Católica”.
Monseñor Medina tiene todo el derecho, como cualquiera de
nosotros, a dar su opinión sobre este tema y cualquier otro. Ha escalado dentro
de la jerarquía de la Iglesia a niveles tales, que ejerce cargos de responsabilidad
en El Vaticano. De esta forma, su opinión siempre será, no sólo escuchada, sino,
además, dada a conocer por la prensa que concibe a la Iglesia Católica en
términos fundamentalistas.
El trasfondo no es que Monseñor Medina está en contra del
aborto, sino que, cuando emite sus opiniones, juzga, descalifica, separa,
aleja y condena. Sin duda, que él tiene clara la verdad que le permite decidir
quién puede ser católico, quien puede comulgar y quien se salvará (atribución
que el catecismo que aprendí en el colegio, decía que pertenecía únicamente a
Dios).
A mayor abundamiento, el cardenal pertenece a la Iglesia
Católica Apostólica Romana que tiene su origen en el Mensaje de Jesús, que ha
llegado a nosotros, a través de los Evangelios.
Y los Evangelios nos indican que Jesús se mezcló con todo tipo
de gente. No puso condición alguna a quien quiso acercarse. Pordioseros,
leprosos, prostitutas, no importaba, no rechazó a nadie.
¿Dónde están los que te condenaban? Yo tampoco te condeno. Vete
y no sigas pecando, le dijo a la mujer adúltera, según nos cuenta San Juan, en
su Evangelio.
¿En cuál momento de la historia se olvidaron estas enseñanzas,
como para que un Cardenal católico, hoy, decida sobre el bien o el mal de todo
lo que hacemos y, además, nos juzgue?
Tema complejo. Es muy fácil, también, caer en descalificaciones,
tratando de analizar los dichos de este sacerdote.
Así que démosle a Monseñor Medina, Príncipe de la Iglesia, el
beneficio de la duda y pensemos que existe la posibilidad que sea solidario con
los Bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia o que pueda expresar,
según el Evangelio de Lucas, su solidaridad con los pordioseros que recogen las
migajas que caen de la mesa del rico…
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