sábado, 19 de septiembre de 2015

El aborto



Espero no estar nunca en la situación de tomar o participar en la decisión de realizar un aborto. Debe ser un momento terrible.

Claramente, el embrión no tiene culpa alguna y, además, no puede defenderse. El proceso tampoco es un proceso limpio. Consiste en ir sacándolo a pedazos. 

La sola idea, me provoca una tremenda angustia.

Sin embargo, si una mujer, en las condiciones que determina la ley, decide abortar, creo que, desde el punto de vista masculino, sólo nos corresponde ser meros espectadores. No se me ocurre, por razón alguna, tratar de imponer mi posición al respecto, a otras personas. 

Es la mujer quien queda embarazada. Es ella, también, quien debe decidir, bajo sus circunstancias, qué hacer o no hacer con ese embarazo.

Sobre todo si consideramos las causales que determina la ley. En el caso del riesgo de vida de la madre, podría ser que se encuentre en un caso extremo, sin condiciones de poder hablar y tal vez, en este caso, la decisión deba ser tomada entre los parientes y los médicos. Pero esta situación no se presenta frecuentemente y la mujer puede tomar su opción.

Distinto es el caso, si el feto es inviable. Aquí la decisión debe tomarla en plenitud, la mujer. Aunque, si existe padre presente, la decisión podría ser compartida.

Pero, en el caso extremo de violación, el embrión y posterior feto, puede estar absolutamente sano y la madre no correr riesgo alguno. Momento crucial, determinante y profundo: la mujer, que podría ser también una niña, debe decidir, después de presentar la denuncia correspondiente, el futuro de su embarazo.

En su cabeza evaluará pensamientos, emociones y sentimientos que no tengo como conocer y mucho menos comprender. Sopesará su instinto, su condición social, su edad, de manera que no puedo ni siquiera imaginar. Desde mi perspectiva, entonces, aunque no esté de acuerdo, me siento obligado a aceptar y respetar la decisión que esa mujer tome frente a su conciencia.

Aquí sirve, como respuesta al caso, lo que Jesús, según el Evangelio de San Juan, le respondió a la mujer adúltera: Tampoco yo te condeno…

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